(Conversación vía Messenger de actor y director antes del rodaje de Robin Hood)
RUSSELL CROWE dice: Dime, Ridley.
RIDLEY SCOTT dice: Me he dado cuenta de que no he ganado ningún Óscar y que tú ya tienes uno, Russell. ¿Te gustaría volver a protagonizar otra peli mía? Esta no va a ser como Red de mentiras ni como Un buen año, sino más ambiciosa. ¿Te apuntas?
RUSSELL CROWE dice: Chévere. Primer Óscar para ti y segundo para mí, ¿cierto?
RIDLEY SCOTT dice: Así es. Y será una película épica con reparto de primera.
Meses después empezaron a publicarse los adelantos del filme y muchos pensaron que se trataba de una segunda parte de Gladiador. Al ver la película que analizaré hoy, esa impresión se confirma: Robin Hood es una especie de secuela de Gladiador, aunque su impacto es mucho menor.
El reinado de Juan I a inicios del siglo XIII sirve como contexto para presentarnos a Robin Longstride, un ficticio arquero que formó parte de las tropas que acompañaron a Ricardo Corazón de León -el antecesor de Juan- en sus expediciones para recuperar Tierra Santa del poder de los musulmanes. La muerte de Ricardo en la guerra hará que Robin decida tomar prestada la identidad de un miembro de la nobleza, lo cual lo convertirá en el blanco de un ambicioso amigo del rey y también lo acercará a Marion Loxley, la viuda del hombre al que ha reemplazado. De esta manera, Robin se irá convirtiendo poco a poco en una amenaza para la corona y en Robin Hood, el legendario bandido que lucharía contra la opresión.
Hay que reconocer la maestría de Ridley Scott para entregarnos una puesta en escena impecable y riesgosa para recrear este nuevo Robin Hood. Sin embargo, eso no libra a esta versión de parecerse -ojo, sólo parecerse- a la multipremiada Gladiador.
Las semejanzas parten desde la base sobre la que se construye el personaje: tanto Robin como Maximus tienen una cuota de liderazgo dentro de un grupo militar, ambos se relacionan con alguien de cierta importancia política, ambos son héroes y ambos despiertan la envidia de aquel que ostenta el cargo más importante, y ambos pasan a condición de fugitivo sin que exista una justificación contundente aparte de la tiranía de un rey/emperador sin experiencia ni carácter.
Por si eso fuera poco, el episodio histórico que sirve de marco a Robin Hood ha sido también manipulado no sólo para forzar la introducción del personaje y resaltar su labor de héroe, sino para introducir a Godfrey, un villano que maneja a su antojo al rey y que además está a punto de iniciar una guerra civil para hacer de Inglaterra un pueblo fácil de ser conquistado por las tropas francesas. Este hecho será fundamental para mantener el hilo de la narración, que si bien prescinde de la acción y apuesta por un arriesgado y agradable tono musical, se pierde en la superficialidad cuando intenta abarcar los conflictos de personajes menores.
Contrario a lo que se espera, Russell Crowe no es el dueño del show: su Robin Hood es un Gladiador histriónicamente reciclado y con vestuario renovado. Cate Blanchett es, de lejos, la que se lleva todas las palmas al interpretar a una Marion que sabe modular la intensidad de sus emociones ante cada una de las situaciones que enfrenta. Mark Strong confirma que nació para ser el malo de las películas, mientras que los veteranos Max Von Sydow y Eileen Atkins, quienes en sus limitados papeles de Sir Walter Loxley y Leonor de Aquitania, dan una valiosa lección de actuación al resto del elenco.
Ridley Scott sacrifica demasiado en su intento de hacer de Robin Hood una película seria y realista, porque al final no consigue la verosimilitud que busca y, lo que es peor, muchas veces opaca a su protagonista a tal punto que se tiene la sensación de que es un personaje secundario. La gran diferencia de esta película con la sobrevalorada Gladiador, es que aquí sí hay un final abierto -con posibilidad de secuela- y sobre todo feliz... aunque parezca que el director jugó tiro al blanco con Robin.
Mi calificación: 5.5 de 10